La verdad es que no cambiaría mi infancia por la de este niño. Hablo de Ishmael Beah, el autor del libro Un largo camino, Memorias de un niño soldado.
Este niño de Sierra Leona pasó de ser un niño con doce años a ser un miembro del ejército del Consejo Provisional del Gobierno Nacional.
Junto a su hermano mayor y sus amigos soñaba con que el grupo de rap que formaron a los ocho años tuviera éxito, lo que les llevó a Mattru Jong a un concurso. No volverían a ver a su padre.
Nada más llegar allí los rebeldes tomaron la ciudad, con lo que los niños comenzaron una huida sin saber dónde ir. Dormían en casas abandonadas, robaban comida y huían de los rebeldes.
Un día, en una de esas huidas, pierde a su hermano y su amigo, y ya nunca les vuelve a ver. Sigue con la huida, y encuentra a antiguos compañeros del colegio, a los que se une. En varios pueblos intentan matarles, pensando que pertenecen a los rebeldes. En uno de esos, después de explicar que van buscando a sus familias, les cuentan que están en el pueblo siguiente, y cuando creen que pueden ser felices, los rebeldes atacan ese pueblo. Allí, los miembros del ejército les reclutan, a pesar de que solo tienen trece años. Les convencen de que hay que matar a los rebeldes, que han matado a sus familias. Al principio lo hacen a cambio de la comida, pero les dan drogas, y al poco tiempo se creen que de verdad lo hacen por acabar con la guerra y por vengarse de todos los rebeldes.
En las batallas hay muchos niños, niños soldado, que matan sin ningún tipo de remordimiento. Durante los primeros días es cierto que les invaden las pesadillas, pero poco a poco se convencen de que hacen bien.
En las batallas ve cómo mueren algunos de sus amigos, y son las únicas ocasiones en que se siente mal. El resto del tiempo están quemando pueblos, matando rebeldes o civiles, drogándose y viendo películas de guerra.
Un día, después de una batalla, llegan a su base miembros de UNICEF y se los llevan a un centro de rehabilitación en Freetown, capital de Sierra Leona. Los niños se sienten vendidos, y sólo quieren volver al campo de batalla. Al principio son comunes las pesadillas, recuerdan sus días en el frente, e Ishmael se siente mal porque no puede recordar a su familia, su infancia, los días en que aún era feliz.
Con el tiempo consigue recuperarse, que las pesadillas desaparezcan, y puede contar su historia. En el centro se reencuentra con su mejor amigo, y les encuentran una familia para que les acoja. Los niños que no tienen quién les acoja vuelven al ejército.
Le escogen a él para ir a Nueva York, a hablar ante Naciones Unidas de la tragedia que sufren los niños en las guerras. Allí conoce a la que será su madre adoptiva, Laura.
Es un libro que en más de una ocasión arranca una lágrima, también escalofríos al pensar que un niño puede pasar por cosas tan duras. Pero él, al fin y al cabo, tuvo suerte, pudo salir de aquel infierno y contar su historia. Y aunque no se puede decir que tenga un final del todo feliz (no vuelve a ver a su familia biológica), siempre tuvo mejor final que el de aquellos que tuvieron que volver a luchar en la guerra.
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2 comentarios:
es una realidad triste y q seguira asi asi traten de hacer algo ps son kosas dl dstino ..
es una realidad cruel y desgarradorra para un niño de corta edad mas aun cuando sus compañeros mueren y ellos no sienten remordimiento alguno por matar a otras personas..y eso lo hacen las drogas es realmente inimaginable!!
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